domingo, 10 de mayo de 2020

JUAN MANUEL NAVARRO MARTÍNEZ, PASTOR Y ARTISTA








Juan Manuel Navarro Martínez es pastor. Hijo de la María de Juan José, el de la tienda del Moralejo, aldea del municipio de Caravaca.  Allí vive. Es de los pocos que van quedando. Juan Manuel es un chaval joven. Ha estudiado en Archivel, en el IES “Oróspeda”. Y está apegado a la tierra. Ha dicho: “Cuando digas la palabra pastor, agricultor o ganadero, no agaches la cabeza. Al decirlo siéntete orgulloso de lo que eres, no eres menos que una persona con un buen puesto de trabajo, ya sea un banquero, un administrativo o un maestro. En definitiva, toda esa gente vive de lo que tú haces, cultivas o crías”.
Juan Manuel pastorea en la parte de La Junquera, en ese rincón desde el que hay a tiro de piedra cinco provincias. A poniente tiene la Sierra de la Zarza, en la que juntan sus lindes tres de ellas. Y al norte, la Sierra Seca, de Cañada de la Cruz,  y la Sierra de las Cabras, de Nerpio, las cuales presentan sus respetos a la Sagra, soberana de estas tierras. Además, en la Junquera brota el río Quipar y sus aguas alimentan, a veces en superficie y a veces ocultas bajo la tierra, la Cañada de Tarragoya. Eso que he dicho lo comprende bien Juan Manuel.
Este rincón constituye una tierra dura y difícil; altiplanos esteparios, montes ásperos, inviernos helados. Pero su dureza es la esencia de su belleza.
Sus raíces telúricas se han combinado con los tiempos para dar vida a quienes las han ido poblando desde siglos pasados, animales y hombres.
Esas cosas las sabemos los que amamos este rincón del mundo, los que allí han vivido y los que viven. Retratar el ser de estos sitios mediante las herramientas que proporciona el arte está al alcance de muy pocos y Juan Manuel pertenece a ese selecto grupo de personas, porque Juan Manuel es artista. No ejerce de artista, pero es artista y no puede alienarse de su propia condición. Quizás por eso vive su oficio de pastor con la pasión con que lo vive. Porque el pastoreo es también un arte. Eso no lo sabe la generalidad de la gente, salvo los que admiramos el pastoreo. Si sigues sus fotografías y eres capaz de comprenderlas estarás de acuerdo conmigo. Los elementos que combina y la emoción que les transmite en la instantánea, el sentido más hondo de la tierra, los resquicios de objetos teñidos de añoranza, la asociación entre los animales y la naturaleza que le da vida, el paso del tiempo a través de color del cielo, el grito efímero de las nubes, eso y muchas cosas más, están en el joven corazón de Juan Manuel y así lo transmite.
Quizás eso explique su apego a la tierra. Bueno, eso y sus orígenes campesinos. Y su orgullo campesino.
Algunos hemos conocido a Juan a Manuel a través de sus fotografías y de algunas cosas que ha escrito. Pocas, pero algunas. Y, además de lo dicho, nos ha abierto un rayo de esperanza. Porque hemos visto que es posible que haya jóvenes que quieran seguir en el campo, o volver al campo; que se asocien con la tierra y la naturaleza. Seguramente pocos, aunque tampoco hace falta que sean muchos. Hoy, ser campesino, y no simplemente agricultor, es quizás lo más alejado de las aspiraciones de los jóvenes y por eso Juan Manuel constituye ese rayo de esperanza.
Dicho todo esto, Juan Manuel no es un mito. No lo podemos convertir en un mito. Tiene derecho a darle a su vida los giros que desee. Pero en este instante, y aunque a medio plazo termine renunciando, representa esa esperanza de mantener viva la llama de nuestro viejo campo y su cultura. Por eso lo traigo aquí.





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