Hoy viernes,
trece de marzo de 2020, nonagésimo sexto día de COVID-19, con el mundo
estremecido y sometido a miríadas de noticias globales por segundo, yo, como
tantas veces, me pongo a pensar en cosas de la vida antigua, tan lejos de este
vértigo.
Pienso en esas
cosas mirando esta foto de Marchenica, aldea que aún existe en el anchuroso
término de Santiago-Pontones, pero con la cabeza puesta en Las Canalejas, derribada
por la incuria y de la que solo he visto una pintura que Tomás López López hizo
de ella, basándose en una foto en blanco y negro, y en su memoria. Tomás hizo esa
pintura y también escribió un libro, “Las Canalejas”, en el que vierte su
emoción y añoranza. Yo lo leo y siento las mismas cosas sobre aquella vida
difícil y aislada, sencilla y serena de hace tan solo unas décadas en esas
pequeñas comunidades rurales serranas. Dejo aparte el oprobio que se cometió
con la expropiación de esta y otras aldeas vecinas en los ignominiosos tiempos
del “Coto Nacional de Caza de la Sierra de Segura y Cazorla” porque busco paz,
esa que muchas veces solo encuentras mirando, incluso mirando lo que ya no
existe. Pensando en esa sencillez, en la ausencia de ansiedad por poseer bienes
y objetos, o por otras cosas que traen ansiedad en estos tiempos que vivimos. En
aquellos hombres para los que el tiempo era largo, labrando, o haciendo pleita,
o echándole un pienso a su macho romo, o encendiendo el cigarro de tabaco
carrasco con el pie apoyado en la piedra de debajo de la noguera, o comiendo
con parsimonia una veta de tocino encima del pan y unos higos secos. Solo eso.
Y en una frase de Antonino, vecino de Tomás, con el que trabajaba en ocasiones
siendo un jovenzuelo, “no corras tanto que hay que apreciar el trabajo que
hemos hecho”. Pensando en el primer viaje de Tomás, con nueve años, desde Las
Canalejas a Villanueva del Arzobispo, en compañía de su padre y un mulo, en el
que restituye su memoria infantil, el despertar a todo un mundo desconocido.
Viendo por primera vez caminos anchos, obras de ingeniería y un pueblo, que nunca
antes había visto un pueblo.
En eso pienso,
hoy, viernes, trece de marzo de 2020, nonagésimo sexto día de COVID-19, y me
pregunto por el vértigo que nos han traído estas cinco o seis décadas de
cambios galopantes, para lo bueno y por lo malo. Pero el caso es que miro esta
imagen de Marchenica tranquilo, a pesar de la pena, la tristeza y la duda.
Siempre la duda.
Magistral, como siempre.
ResponderEliminarGracias, amigo
EliminarA mi que me gusta la sierra y además la conozco relativamente, tus palabras, tan sencillas en su vocabulario pero que describen maravillosamente no solo los lugares sino a las personas que en ellos vivieron ó que todavia recuerdan con cariño, me producen una sensación de tranquilidad y de sosiego acojonante.De verdad Jesús. No sé como explicarlo mejor.
ResponderEliminarEstá muy bien explicado
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