IMÁGENES DESDE LA SIERRA DE LA ZARZA
Cerro del Gato (Sierra de la Zarza)
Altiplanos de Caravaca
Altiplanos de Vélez Blanco y María.
Sierra de María al fondo
Carrasca (Sierra de la Zarza)
Altiplanos de Caravaca y Cerro del Carro.
La Sagra
Sierra de las Cabras (Nerpio)
Juan Vila mirando a la Sierra
¿Es
posible que seamos una réplica del relieve, de las montañas, de los valles?
¿Qué nuestros comportamientos, nuestro carácter, nuestra forma de ser sea como
la de sus rincones, sus cimas, hondonadas y poyatos?
A lo
mejor, si eres aficionado a subir los montes que tienes a tu alrededor has
pensado cosas parecidas. O Sea, que no es tan complejo este mundo, que casi
todo es lo mismo.
El
otro día, tres amigos subimos a la Sierra de la Zarza, que es una montaña
pequeña, humilde, carente de soberbia, sin demasiada fama. Su cima es de 1.500
m.s.n.m y no tiene mucha extensión. Sin embargo, igual que nos sucede a los
humanos y seguramente a los diferentes entes del planeta, la Sierra de la Zarza tiene casi de todo en su geología,
sus suelos, su brillante encinar, sus variadas
herbáceas, sus pastizales. Desde su pequeñez parece reclamar que está
ahí; rodeada de soberbios altiplanos, de viejos aprovechamientos del suelo,
testigo del cromatismo diverso que le dieron los hombres con sus trabajos, la
fuerza de la tierra con sus arcanos vaivenes y la irrefrenable vida que trae el
suelo y los meteoros; rezagada de las vecinas montañas que se yerguen con
orgullo ante su mirada.
Así
es que la Sierra de la Zarza tiene la misma forma de ser que las otras
montañas. Tiene genio, rabia y furia cuando se alteran los instintos del corazón
que la remueve. Y es amable y serena cuando se deja transcurrir la normalidad. Quizás por esas cosas está tan metida en las
cuestiones de los humanos. Dio consuelo a los hombres en los momentos amargos, pues
las bellotas de sus encinas quitaron algo de hambre durante los negros tiempos
de la postguerra, y de sus pastos se
alimentaron los ganados de la Junquera, de la Zarza, de Espín… de toda esa
parte.
Desde las cumbres de la Sierra de la Zarza
contemplas a sus orgullosos vecinos: a la Sagra en su expresión más fantasmal, a
Mojantes empeñada en su desafío a todo cuanto la rodea, a la larga cordillera
que abre con el Gavilán de Caravaca y cierra con la Sierra de las Cabras de
Nerpio, áspera y retadora. Al otro lado, la Sierra de María, formando la línea
del horizonte.
A
sus pies están todos los altiplanos que dieron pan a sus pobladores y rentas a
los pudientes desde tiempos que se pierden en la memoria. Será por todo eso que
he dicho que en los tiempos modernos los que organizaron el territorio con un
mapa, un lápiz y un papel, usaron las cumbres de la Sierra de la Zarza para
tirar rayas y separar tres provincias (Almería, Murcia y Granada), teniendo
además a tiro de piedra las sierras de otras dos, Albacete y Jaén, que
completan este rincón del sureste de España, único, pero diverso; amable unos
días y hostil otros; víctima de ambiciones siempre, pero mirado con desprecio
por los que han venido gobernando España desde ciudades alejadas.
Así
es que desde la cumbre de la Sierra de la Zarza aprendes que no hay nada
pequeño; que a las montañas, igual que los hombres, las puedes modular a tu
antojo. Y, si es posible, puedes constatar que las cosas no son tan fijas como
te imaginabas. Porque luego, cuando cumbras, se te ofrece ante la vista un
mundo que no es el dogma que te habías formado en tu cabeza.
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