sábado, 13 de junio de 2020

REFLEXIONES DESDE LA SIERRA DE LA ZARZA

IMÁGENES DESDE LA SIERRA DE LA ZARZA 


Cerro del Gato (Sierra de la Zarza)

Altiplanos de Caravaca

Altiplanos de Vélez Blanco y María. 
Sierra de María al fondo

Carrasca (Sierra de la Zarza)

Altiplanos de Caravaca y Cerro del Carro.

La Sagra

Sierra de las Cabras (Nerpio)

Juan Vila mirando a la Sierra


¿Es posible que seamos una réplica del relieve, de las montañas, de los valles? ¿Qué nuestros comportamientos, nuestro carácter, nuestra forma de ser sea como la de sus rincones, sus cimas, hondonadas y poyatos?
A lo mejor, si eres aficionado a subir los montes que tienes a tu alrededor has pensado cosas parecidas. O Sea, que no es tan complejo este mundo, que casi todo es lo mismo.
El otro día, tres amigos subimos a la Sierra de la Zarza, que es una montaña pequeña, humilde, carente de soberbia, sin demasiada fama. Su cima es de 1.500 m.s.n.m y no tiene mucha extensión. Sin embargo, igual que nos sucede a los humanos y seguramente a los diferentes entes del planeta, la Sierra  de la Zarza tiene casi de todo en su geología, sus suelos, su brillante encinar, sus variadas  herbáceas, sus pastizales. Desde su pequeñez parece reclamar que está ahí; rodeada de soberbios altiplanos, de viejos aprovechamientos del suelo, testigo del cromatismo diverso que le dieron los hombres con sus trabajos, la fuerza de la tierra con sus arcanos vaivenes y la irrefrenable vida que trae el suelo y los meteoros; rezagada de las vecinas montañas que se yerguen con orgullo ante su mirada.
Así es que la Sierra de la Zarza tiene la misma forma de ser que las otras montañas. Tiene genio, rabia y furia cuando se alteran los instintos del corazón que la remueve. Y es amable y serena cuando se deja transcurrir la normalidad.  Quizás por esas cosas está tan metida en las cuestiones de los humanos. Dio consuelo a los hombres en los momentos amargos, pues las bellotas de sus encinas quitaron algo de hambre durante los negros tiempos de la postguerra,  y de sus pastos se alimentaron los ganados de la Junquera, de la Zarza, de Espín… de toda esa parte.
 Desde las cumbres de la Sierra de la Zarza contemplas a sus orgullosos vecinos: a  la Sagra en su expresión más fantasmal, a Mojantes empeñada en su desafío a todo cuanto la rodea, a la larga cordillera que abre con el Gavilán de Caravaca y cierra con la Sierra de las Cabras de Nerpio, áspera y retadora. Al otro lado, la Sierra de María, formando la línea del horizonte.
A sus pies están todos los altiplanos que dieron pan a sus pobladores y rentas a los pudientes desde tiempos que se pierden en la memoria. Será por todo eso que he dicho que en los tiempos modernos los que organizaron el territorio con un mapa, un lápiz y un papel, usaron las cumbres de la Sierra de la Zarza para tirar rayas y separar tres provincias (Almería, Murcia y Granada), teniendo además a tiro de piedra las sierras de otras dos, Albacete y Jaén, que completan este rincón del sureste de España, único, pero diverso; amable unos días y hostil otros; víctima de ambiciones siempre, pero mirado con desprecio por los que han venido gobernando España desde ciudades alejadas.
Así es que desde la cumbre de la Sierra de la Zarza aprendes que no hay nada pequeño; que a las montañas, igual que los hombres, las puedes modular a tu antojo. Y, si es posible, puedes constatar que las cosas no son tan fijas como te imaginabas. Porque luego, cuando cumbras, se te ofrece ante la vista un mundo que no es el dogma que te habías formado en tu cabeza.




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