domingo, 19 de abril de 2020

EL GRAN CABALLERO DE LA SIERRA

Terrinches

A José María Mendoza Jimeno, “El Rojo Terrinches” o también “El Gran Caballero de la Sierra”, lo mató la Guardia Civil el dos de Enero de 1943. Tras la denuncia de un mayoral cabrero, dos guardias le prepararon un encuentro-trampa, haciéndose pasar por pastores, y le dieron muerte. Después, su cadáver fue expuesto varios días en el pueblo vecino de Montizón. 
El Rojo Terrinches fue capitán del ejército popular durante la guerra civil, lo que le hizo echarse al monte tras la derrota. Al parecer, su partida fue pequeña, cuatro personas. Dos de ellos poco tiempo, siendo capturados en agosto de 1942. Al tercero, Gregorio Jiménez, “Carromato”, lo mató la Guardia Civil en el mes de noviembre del mismo año en una emboscada de la que logró escapar José María. Luego, anduvo solo por la sierra algo más de dos meses. Quizás por eso la mitología popular ha trazado de él una imagen de hombre solitario, valiente,  justo, e incluso redentor. Pendiente tengo la lectura del libro de Constancio Zamora Moreno sobre él y los maquis en esa parte de Sierra Morena.
La curiosidad me viene de mi amigo Francisco Burruezo, Paco “El Hornero”, que me contó, de esa manera vigorosa que le es propia, cosas de sus viajes a Terrinches cuando iba con sus primos de Archivel a la aventura del aceite en aquel viejo camión de postguerra.
Años cincuenta. Paco y su primo viajan a La Puerta de Segura para cargar aceite en ese mercado negro que tanto tiempo se prolongó. Cuando llegan,  el corredor-intermediario les dice:
-No hay aceite. Si queréis podéis comprar una partida de marranos primales en una finca cerca de Terrinches.
Y aceptaron, que ellos no hacían ascos a ningún negocio.
Paco, a sus noventa y seis años, todavía tiene el mapa de media España en la cabeza. A su manera te lo explica:
-De La Puerta de Segura vas a Puente Génave. De allí sale una carretera por su espalda,… así…, que va a Puertollano. Pasas por un puente y cruzas un río que me paece que es el río Colorao. Entonces termina la Sierra Gualmena (míralo en el mapa, me asevera). Por el collao entre las dos sierras va la carretera que pasa por Terrinches. Allí, en una posá, he dormío yo tres veces.
Paco tiene buena conversación con quien sea. Así es que en la posada le contaron sucesos del Rojo Terrinches, que de él aún se hablaba bastante en los años cincuenta. Y hasta ahora llega su leyenda... Decían que el propio alcalde de Terrinches le temía y que un día le espetó:
-Me mandaron a la guerra y ahora me queréis matar. A ti te encomiendo que a mi mujer y mis hijos no les falte de na.
Yo no sé si el alcalde cumpliría, pero es posible que sí. Por lo que cuentan pudiera ser que sí. José María Mendoza era respetado, temido y venerado. Todo a la vez, lo que por otra parte daba pábulo a que cualquier suceso luctuoso le fuera asignado a él y que en él se escudaran delincuentes de poca monta. Uno de esos casos le contaron a mi amigo Paco y yo lo refiero:
Fue en una posada. Un arriero con dos mulas hizo parada nocturna. A su marcha, de madrugada, el arriero pidió la cuenta al posadero, el cual le preguntó:
-¿A dónde va usted, buen hombre?
- A por una carga de aceite a Andalucía.
Ese fue el error del arriero, contarle la verdad al posadero, que no tenía intenciones limpias. Claro, si iba a por aceite llevaría las perras en su bolso cosido a la camisa, como solían hacer entonces las gentes de mundo.
El posadero dio una rodea por otra puerta y cuando el arriero emprendía marcha lo abordó con una navaja y el rostro cubierto:
-Alto, soy el Rojo Terrinches. El dinero o la vida.
El arriero no se resistió. Más asustado por el nombre de El Rojo que por la navaja le dio todo lo que llevaba.
Después del desenlace se fue camino abajo lamentándose de su destino…
-¡Ayyy que me han robao!, ¡me han dejao sin na!, ¿Qué será de mi mujer y de mis hijos?
En el silencio de la madrugada sus lamentaciones se escucharon sierra arriba y llegaron a los oídos del verdadero Rojo Terrinches, que estaba en su refugio. Con su caballería se presentó en el lugar que estaba el arriero, navaja al cincho y empuñando su escopeta de dos cañones.
El arriero, cuando lo vio aparecer, se quedó paralizado de miedo.
-¿Qué le pasa buen hombre?
Entre llantos y temblores  apenas atinó a decirle:
-Me han robao, ya no me queda na. Puede hacer usted lo que quiera conmigo, pero no tengo na.
-¿Quién le ha robao?
-El Rojo Terrinches. Al salir de la Posá.
Entonces, templando su ira, José María Mendoza se identificó:
-No tema usted, el Rojo Terrinches soy yo y usted va a recuperar hasta el último céntimo de lo que le han robao.
Ambos fueron hasta la posada y José María golpeó la puerta:
-Abre posadero, soy el Rojo.
El posadero abrió la puerta. Cuando vio al arriero allí al lado del guerrillero, gallardo y con gesto adusto, tembló como una gallina. Su gesto lo delató y el Rojo Terrinches, que ya tenía sospechas de él,  le puso la escopeta en el gaznate.
-Devuélvele su dinero a este hombre.
Ni una palabra. Con la mano temblorosa le entregó su dinero al arriero.
Al despedirse, el arriero quiso compensar a José María. Pero este le clavó los ojos durante unos segundos, con esa mirada limpia de apariencia infantil que tenía y giró con su yegua camino de la sierra.
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