Terrinches
A José
María Mendoza Jimeno, “El Rojo Terrinches” o también “El Gran Caballero de la
Sierra”, lo mató la Guardia Civil el dos de Enero de 1943. Tras la denuncia de
un mayoral cabrero, dos guardias le prepararon un encuentro-trampa, haciéndose
pasar por pastores, y le dieron muerte. Después, su cadáver fue expuesto varios
días en el pueblo vecino de Montizón.
El
Rojo Terrinches fue capitán del ejército popular durante la guerra civil, lo
que le hizo echarse al monte tras la derrota. Al parecer, su partida fue
pequeña, cuatro personas. Dos de ellos poco tiempo, siendo capturados en agosto
de 1942. Al tercero, Gregorio Jiménez, “Carromato”, lo mató la Guardia Civil en
el mes de noviembre del mismo año en una emboscada de la que logró escapar José
María. Luego, anduvo solo por la sierra algo más de dos meses. Quizás por eso la
mitología popular ha trazado de él una imagen de hombre solitario, valiente, justo, e incluso redentor. Pendiente tengo la
lectura del libro de Constancio Zamora Moreno sobre él y los maquis en esa
parte de Sierra Morena.
La
curiosidad me viene de mi amigo Francisco Burruezo, Paco “El Hornero”, que me
contó, de esa manera vigorosa que le es propia, cosas de sus viajes a
Terrinches cuando iba con sus primos de Archivel a la aventura del aceite en aquel
viejo camión de postguerra.
Años
cincuenta. Paco y su primo viajan a La Puerta de Segura para cargar aceite en
ese mercado negro que tanto tiempo se prolongó. Cuando llegan, el corredor-intermediario les dice:
-No
hay aceite. Si queréis podéis comprar una partida de marranos primales en una
finca cerca de Terrinches.
Y
aceptaron, que ellos no hacían ascos a ningún negocio.
Paco,
a sus noventa y seis años, todavía tiene el mapa de media España en la cabeza.
A su manera te lo explica:
-De
La Puerta de Segura vas a Puente Génave. De allí sale una carretera por su
espalda,… así…, que va a Puertollano. Pasas por un puente y cruzas un río que
me paece que es el río Colorao. Entonces termina la Sierra Gualmena (míralo en
el mapa, me asevera). Por el collao entre las dos sierras va la carretera que
pasa por Terrinches. Allí, en una posá, he dormío yo tres veces.
Paco
tiene buena conversación con quien sea. Así es que en la posada le contaron
sucesos del Rojo Terrinches, que de él aún se hablaba bastante en los años
cincuenta. Y hasta ahora llega su leyenda... Decían que el propio alcalde de
Terrinches le temía y que un día le espetó:
-Me
mandaron a la guerra y ahora me queréis matar. A ti te encomiendo que a mi
mujer y mis hijos no les falte de na.
Yo
no sé si el alcalde cumpliría, pero es posible que sí. Por lo que cuentan
pudiera ser que sí. José María Mendoza era respetado, temido y venerado. Todo a
la vez, lo que por otra parte daba pábulo a que cualquier suceso luctuoso le
fuera asignado a él y que en él se escudaran delincuentes de poca monta. Uno de
esos casos le contaron a mi amigo Paco y yo lo refiero:
Fue
en una posada. Un arriero con dos mulas hizo parada nocturna. A su marcha, de
madrugada, el arriero pidió la cuenta al posadero, el cual le preguntó:
-¿A
dónde va usted, buen hombre?
- A
por una carga de aceite a Andalucía.
Ese
fue el error del arriero, contarle la verdad al posadero, que no tenía intenciones
limpias. Claro, si iba a por aceite llevaría las perras en su bolso cosido a la
camisa, como solían hacer entonces las gentes de mundo.
El
posadero dio una rodea por otra puerta y cuando el arriero emprendía marcha lo
abordó con una navaja y el rostro cubierto:
-Alto,
soy el Rojo Terrinches. El dinero o la vida.
El
arriero no se resistió. Más asustado por el nombre de El Rojo que por la navaja
le dio todo lo que llevaba.
Después
del desenlace se fue camino abajo lamentándose de su destino…
-¡Ayyy
que me han robao!, ¡me han dejao sin na!, ¿Qué será de mi mujer y de mis hijos?
En
el silencio de la madrugada sus lamentaciones se escucharon sierra arriba y
llegaron a los oídos del verdadero Rojo Terrinches, que estaba en su refugio.
Con su caballería se presentó en el lugar que estaba el arriero, navaja al
cincho y empuñando su escopeta de dos cañones.
El
arriero, cuando lo vio aparecer, se quedó paralizado de miedo.
-¿Qué
le pasa buen hombre?
Entre
llantos y temblores apenas atinó a
decirle:
-Me
han robao, ya no me queda na. Puede hacer usted lo que quiera conmigo, pero no
tengo na.
-¿Quién
le ha robao?
-El
Rojo Terrinches. Al salir de la Posá.
Entonces,
templando su ira, José María Mendoza se identificó:
-No
tema usted, el Rojo Terrinches soy yo y usted va a recuperar hasta el último
céntimo de lo que le han robao.
Ambos
fueron hasta la posada y José María golpeó la puerta:
-Abre
posadero, soy el Rojo.
El
posadero abrió la puerta. Cuando vio al arriero allí al lado del guerrillero,
gallardo y con gesto adusto, tembló como una gallina. Su gesto lo delató y el
Rojo Terrinches, que ya tenía sospechas de él,
le puso la escopeta en el gaznate.
-Devuélvele
su dinero a este hombre.
Ni
una palabra. Con la mano temblorosa le entregó su dinero al arriero.
Al
despedirse, el arriero quiso compensar a José María. Pero este le clavó los
ojos durante unos segundos, con esa mirada limpia de apariencia infantil que
tenía y giró con su yegua camino de la sierra.
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